Lo
que sentía por aquel hombre iba mucho más allá de la compasión y la pena.
Su
sentido del deber y el deseo de complacer a su padre hicieron que Fleur Maynard
accediera a emprender una misión que a otros les había resultado imposible
llevar a cabo: animar a Alain Treville, un joven conde francés cuya ceguera le
hacía sentir una profunda amargura que descargaba sobre los demás.
Tras
pasar varias semanas a su lado, Fleur comenzó a enamorarse de él, a pesar de su
arrogancia, su excesivo orgullo y sus comentarios hirientes. Tras ese tiempo,
Alain se sometería a una operación y regresaría a Francia, por lo que Fleur
debía olvidarlo. Pero entonces él le hizo proposición de lo más sorprendente…