¡Al
fin libre! Amanda había abandonado su trabajo rutinario de nueve de la mañana a
cinco de la tarde, y lo había cambiado por la aventura. Para estar bien segura
de conseguir aventura había logrado un contrato como pianista en los barcos que
recorrían el Mississippi.
Tan
pronto como se embarcó en el Cotton Queen, Amanda se vio rodeada por una mezcla
de pícaros y de señores sureños. Todo esto era una francachela. Hasta que
apareció Jay. A veces alegre y juguetón, a veces serio. Al principio él
despertó su curiosidad. Y luego un deseo de estar con él todo el tiempo, que
ella era impotente para explicarlo. ¿Quién era él? ¿Y por qué jugaba con su
corazón como un jugador de póker? Ella ansiaba su tierno contacto, sus
ardientes besos. Cada contacto, cada beso, la hacía desear más contacto y más
besos… más aventura, más luz de luna.
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