Kasha
Lockridge -la doctora Lockridge, consejera matrimonial- tenía buenas razones
para estar alarmada. Un perfecto desconocido había entrado a su oficina, la
había proclamado la mujer perfecta, había anunciado que la amaba y había jurado
casarse con ella.
¿Estaba
loco?
Obviamente,
Jeff Bannerman, ojos claros, delgado e innegablemente apuesto como era, era un
caso para tratamiento, no para consideración. El entrenamiento que recibiera
Kasha le había enseñado que «el amor a primera vista» era irremediablemente
inmaduro.
Día
tras día él reaparecía para repetir sus absurdas declaraciones de amor. Día
tras día ella se volvía menos desapasionada. Beso tras beso robados iban
despertando en ella apetitos y deseos cada vez más acuciantes. ¿Cuánto tiempo
resistiría antes de rendirse a las fantasías y delirios de ese hombre?
¿Estaba
loco? ¿O absolutamente cuerdo?
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